Fecha de publicación: Jue, 08/04/2021 - 10:45

Me llamo Javier

- Uno de los momentos más tristes de mi vida, fue cuando me dijeron que Javier tenía microcefalia. Fue muy duro. Con el tiempo fui entendiendo lo que significaba, los doctores me explicaron lo que pasaba. Yo solo lloraba. Ahora lo veo en el colegio y me parece mentira verlo tan feliz.

- Me llamo Javier. Me gusta bailar.

Esta es la historia de Javier y de su extraordinaria capacidad de transformar la vida de los otros. También es la historia de Laura, su mamá, de María Isabel y Yuly, sus profesoras, y de las niñas y los niños del grado 3D del colegio Jaime Pardo Leal. Nadie que se cruce en el camino con ellos, así sea solo un instante, volverá a ser el mismo. Cada vez que se juntan, el mundo cambia un poco y se vuelve un mejor lugar para ser y para estar.

Javier Esteban Duarte Torres tiene 8 años, hablar con él es constatar que la felicidad en estado puro sí existe. Su color preferido es el rojo. Además de bailar, le gustan las motos, las herramientas y las máquinas; especialmente la que usa su papá para cortarle el pelo.

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Ha crecido rodeado de amor. De eso dan fe su sonrisa, su expresión divertida, y su impecable corte de pelo, por su puesto. Su hermana Juliana Alexandra, de 10 años, es su fiel escudera y no permite que nadie lo regañe. Que se atenga cualquiera que se atreva a hacerle daño a su hermano, solo con pensarlo se enfurece. Javier, su papá, tiene un puesto en el que se preparan las mejores costillas del barrio Policarpa Salavarrieta. Si uno escucha a Laura hablando de su esposo, puede imaginarlo como una metáfora ambulante de la solidaridad.

¿Y Laura? No alcanzan los adjetivos para describir a Laura Celia Duarte. Ella, entera, es solo amor y entrega. Su vida no ha sido fácil, sus ojos llorosos y sus silencios dicen más que todas las palabras juntas.

A Bogotá llegó embarazada de Javier, con una bebé de dos años y con la tristeza incrustada en el alma. Creció en una vereda de Cajamarca, Tolima. Para ella los golpes de la vida fueron mucho más que una manera de decir. Recuerda esa época y, aunque es algo superado, no la olvida y hace suyo el dolor y la causa de miles de mujeres que padecen la violencia.

Su hermana la acogió y la ayudó a cambiar de vida; qué fortuna las hermanas. Así llegó a Bogotá, así consiguió trabajo y así conoció y se enamoró de Javier; el hombre que la ha querido y ha cuidado de ella y de sus hijos desde el primer instante. El mismo que tiene el puesto de comidas diagonal del colegio Jaime Pardo Leal, el que quiso ponerle su nombre al hijo de Laura, el que le corta el pelo y juega con él a las carreras de motos, su papá. - Él es un amor. Ha cometido muchos errores y a la vez ha sabido compensarlos, cuando me enfermé él me cuidó y estaba atento a todo. Es un hombre cariñoso, respetuoso. Ese señor para mí es todo, desde que estoy con él me ha apoyado en las buenas y las malas -.

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Cuando Laura supo que Javier había nacido con microcefalia, fue terrible. Cuando fue entendiendo lo que esto implicaba, fue peor. El cerebro de Javier no logró desarrollarse por completo, de allí su dificultad para hablar, para moverse, para reconocer sus emociones, y para concentrarse. - Ya sabemos que nunca podrá leer y escribir, si acaso el nombre -, dice Laura. Y luego agrega – por eso es tan importante que aprenda a hablar bien y a expresar lo que necesita. Eso si lo puede hacer -.

Después de asimilar el golpe, vinieron las terapias. La vida se convirtió en un ir y venir, sin fin. Médicos, exámenes, cirugías y tratamientos; y luego más médicos, más exámenes y más tratamientos. Laura, por su parte, consagró cada minuto de su existencia a sus hijos, con el único propósito de criarlos sanos, felices y autónomos. - Yo les digo, el estudio es lo más importante que a ustedes les puede pasar en esta vida. Si yo les llego a faltar ¿qué va a ser de su vida? -.

Javier llegó al colegio Técnico Jaime Pardo Leal, chiquito, en Transición. Este simple acto, para algunos cotidiano y apenas perceptible, cambiaría para siempre su vida y la de quienes lo han acompañado todos estos años. Nunca fue tan evidente el poder transformador y movilizador de la educación y nunca se hizo tan patente la fuerza del corazón.

Desde el 2017 un decreto garantizó la atención educativa a la población con discapacidad, es el decreto 1421; y, desde ese momento, el sistema educativo concibe que se hagan ajustes para atender la situación de cada niño o niña en esta situación. Para hacer realidad la inclusión se necesitan conocimientos especializados y disponer de muchos recursos, humanos, económicos y de infraestructura; de eso se encarga la Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones de la Secretaría de Educación. En el caso de Javier, además, ha sido clave contar con la disposición de la rectora Sandra Albarracín y con el apoyo de la profesora Yuly Fuentes, licenciada en Educación con énfasis en Educación Especial y magíster en Neuropsicología y Educación; alguien que sabe mucho.

El trabajo de la profe Yuly consiste en hacer un análisis riguroso de la situación de Javier, que además es dinámica y va cambiando. Analiza su situación familiar, su condición de salud y su trayectoria educativa; y a partir de las conclusiones, planea la estrategia de atención.

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Es algo muy sofisticado, diseñado a la justa medida de la necesidad y de la posibilidad. Uno la oye y no puede dejar de sentir orgullo del sistema educativo público y de agradecer a tantas personas que, durante años, han trabajado para hacer de la inclusión esta realidad palpable. Más allá de las palabras, es la democracia hecha acción. - Identificamos sus gustos y sus habilidades, así podemos saber cuáles son los ajustes que se requieren en cada materia. Javier está en tercero, pero en muchos aspectos su capacidad es equivalente a Transición. Está con niños de 8 años y todos son conscientes de su situación. Los niños jalonan el aprendizaje de Javier, no tanto en lo cognitivo, sino en la interacción social que es lo que hemos priorizado -.

Cuando Javier pasó a primero, la buena fortuna hizo que la profesora María Isabel Castiblanco estuviera haciendo su tesis de maestría en Educación Especial, el mismo campo de trabajo de la profe Yuly, así que trabajan en llave. - Pedí que me asignaran un caso de educación especial y la rectora me otorgó el curso de Javier; porque además hay otro niño con autismo. Lo tomé en grado primero, muy difícil porque solo decía mu y mamá, no decía nada más. De verlo la primera vez me enamoré, porque es un niño maravilloso. Lo primero que hice fue sensibilizar al grupo, crear el clima para que conocieran su historia de vida y entendieran su mundo. Siempre lo incluí en todas las actividades del curso. Me di a la tarea de hacer eso. La idea era que aumentara el número de palabras y expresara sus emociones y sus sentimientos -. Así fue como se desató la magia.

En estos tres años, Javier y sus compañeros de curso, niñas y niños, le han dado a los demás una lección enorme de humanidad, solidaridad e inclusión. Son fantásticos, ellos. Juntos han tejido una poderosa red de apoyo anudada a punta de respeto, confianza y reconocimiento. Son completamente conscientes de la situación de Javier, lo que ha implicado que en algún momento todos han sido capaces de ponerse en su lugar. Comprenden muy bien en qué consiste la estrategia trazada por las profesoras. Saben que, en este momento, el objetivo es que aprenda a contar hasta 10, así que lo animan y lo apoyan. Entienden que el desarrollo de habilidades sociales es una prioridad, entonces se han empeñado en relacionarse con él, de manera horizontal, como uno más; porque también han aprendido que ahí está la clave de todo, en reconocer la diferencia y hacerla parte de la vida cotidiana.

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Qué aprendizaje valioso, para el resto de la vida. Las niñas y los niños del grado 3D acompañan a Javier en cada reto y celebran efusivamente cada uno de sus logros, son compañeros en el sentido más profundo de la expresión y con las letras bien puestas. Entonces entiende uno que la magia transformadora de la educación ya surtió su efecto. Ya fue. Ellos ya son más conscientes y considerados con los demás, más respetuosos. Han desarrollado capacidades para convivir en medio de las diferencias y pueden establecer relaciones en medio de situaciones complejas. Qué lujo de ciudadanos para esta ciudad llena de tensiones, contradicciones y exclusiones.

El conjuro se ha extendido kilómetros a la redonda y ha tocado a todos los que están alrededor. Javier pasa por la vida de todos y, sin notarlo si quiera, va haciendo mejor la vida de los demás. Las familias también han aprendido mucho sobre inclusión, discapacidad y diversidad, son conscientes de la situación, han aprendido y han apoyado en todo lo que sea necesario. Ellos también acompañan a Javier en las penas y las alegrías. Son los hilos más fuertes de este tejido, pues de ellos depende todo. Se requiere de su disposición y su voluntad para que el efecto transformador se sostenga en el tiempo y se siga esparciendo por el mundo. Ellos, claramente, están dispuestos. Qué lujo para esta ciudad.

No es fácil saber cómo será el futuro de Javier, por ahora todos están concentrados en que gane autonomía; que adquiera herramientas para relacionarse con los otros, a leer y escribir su nombre, y a expresar sus necesidades y emociones. La profe María Isabel, por lo pronto, sabe que su labor es buscar atención cada vez más especializada para él y seguir trabajando a favor de la inclusión de las personas con discapacidad.  - Yo pienso que la vida es diversidad. Muchas veces la gente solo piensa en tener éxito y en pisotear la vida de los otros. Yo creo que hay otras maneras de vivir. De la diversidad se aprende tanto. Tu aprendes y te enriqueces. A la larga, ser maestro es querer aprender de las otras personas -.

- Me llamo Javier. Esta es mi caja de herramientas -.

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Él lo dice y el mundo cambia un poco, se vuelve un lugar mejor para ser y para estar.

 

Tatiana Duplat Ayala

Marzo de 2021

 


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