Fecha de publicación: Mar, 07/04/2015 - 18:13

A 2600 METROS MÁS CERCA DE LA PAZ

Estudiantes de un colegio del sur de Bogotá ‘sufren’ de cariño crónico. Besos y abrazos son sus armas para enseñar a su comunidad que sí: “la paz empieza en cada uno de nosotros”.

Ellos encontraron en los besos y los abrazos un arma fulminante. Se hacen llamar ‘Colectivo Sin Fronteras’ y lo que hacen es simple pero efectivo: enseñar con afecto que la paz es un sueño posible.

Y lo hacen a través del arte corporal, el cual comparten en talleres que se han convertido en escenarios famosos por obtener resultados inmediatos. Sesiones de cariño que imparten en colegios de la ciudad e, incluso, en otras partes del país por invitación de fundaciones y organizaciones no gubernamentales.

Con ganas de romper tabúes, con ganas de enseñar a abrazar y con muchas más ganas de cambiar ese paradigma colombiano en el que supuestamente estamos acostumbrados a la violencia, jóvenes como Camilo Bohórquez y Brayan Villalba, egresados del colegio Clemencia Holguín de Urdaneta, y el profesor de humanidades Alfredo Centeno, unieron fuerzas para convertir su proyecto en una de las casi 3 mil Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar), con las que los colegios públicos de Bogotá se han convertido en epicentro del cambio en sus comunidades

“Una persona que se conoce a sí misma, en este caso en el plano corporal, es una persona que difícilmente va a coger un arma o agredir a otro, porque sabe que el cuerpo que tiene al frente es tan valioso como el suyo”, afirma el profesor, quien cree que en la búsqueda de la paz, el ser humano debe iniciar por el reconocimiento corporal para estimular su mente y orientar sus comportamientos.

Sesiones para disparar abrazos

SS

Camilo hoy dirige a un grupo de jóvenes de grado 8°. En la primera etapa del trabajo, realizarán un taller de activación corporal, empatía y comunicación afectiva y efectiva.

La sesión trata de derrumbar tabúes. Como esos que tenía Camilo sobre sí mismo hace algún tiempo, y a lo que le debe describirse hoy como una persona tranquila, alegre y siempre dispuesta al diálogo.

El tabú de la jornada: que niñas y niños se acerquen, que pierdan el miedo a un abrazo o a una manifestación física de afecto. ¿Miedo al afecto?

A Camilo aún le resulta inverosímil, pero ante la evidencia expresa: “estamos acostumbrados a que entre hombres nos saludemos de manera agresiva, con un golpe, con una broma pesada, ¡vamos a derrumbar esa costumbre!”.

Al comienzo, el grupo de estudiantes que minutos antes estaba en una clase tradicional de matemáticas, no oculta su asombro. Fueron asaltados por unos muchachos que les hablan de abrazar y de buen trato.

Pero sin darse cuenta, el prólogo de la actividad desarrollado por juegos en parejas y grupales, arrancan las primeras carcajadas y el espacio silencioso y tímido de los primeros minutos se convierte en un lugar cálido donde florece la amistad, y la sensibilidad y la delicadeza dejan de ser características de personas débiles.

A través de los movimientos del cuerpo, Camilo y sus compañeros talleristas ponen ejemplos de una comunicación afectiva: cómo pedir un favor, cómo solucionar un conflicto cotidiano, cómo proponer soluciones y evitar las críticas ofensivas.

También enseñan sobre los diversos tipos de abrazos: abrazo apretando la nuca, el lomo, palmoteando la espalda y el abrazo levantando el cuerpo del compañero. Y finalmente, los talleristas piden al grupo formarse en dos círculos con la mirada hacia afuera para que todos abracen, den un beso y expresen un buen deseo al compañero que quedó al frente.

Ya en este momento de la sesión, el grupo está totalmente dispuesto a entregar su afecto. Es una terapia que arroja cambios inmediatos. Los amigos más cercanos fortalecieron sus relaciones, los que tienen poco contacto se acercaron y abrieron una posibilidad de conocerse mejor.

Para Nicolás Moreno, uno de los participantes, la actividad se convirtió en una nueva experiencia que es necesario repetir. “El taller me generó la sensación de descubrir algo nuevo, una nueva piel que nunca había tocado, a alguien que nunca había abrazado, fue como derrumbar esa prohibición de ser cariñoso con el otro”, manifiesta el estudiante quien supo es más fácil mirar mal al compañero, pero más gratificante conocerlo y compartir.

Poco a poco, el ‘Colectivo Sin Fronteras’ ha ganado un reconocimiento que trasciende de las labores habituales que realizan en su localidad. Han dictado sus talleres en otros colegios públicos de Bosa, Chapinero, Usme, Ciudad Bolívar y otras partes de la ciudad.

Gracias al apoyo de organizaciones como la ONG ‘Colectivo de Hombres y Nuevas Masculinidades’ y la ‘Fundación para la Paz de la Arquidiócesis de Bogotá’, algunos integrantes del grupo han viajado a otras regiones del país para desarrollar los talleres. “Hemos trabajado con comunidades afro, indígenas y campesinos con la idea de que aprendan y transmitan estos conocimientos a más personas”, manifiesta Camilo.

Por estos días en los que el país habla de paz y se celebra el ‘Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas’, estos jóvenes precursores del buen trato están invitados a compartir su experiencia en diversos escenarios académicos y es esa coyuntura la que los ha llevado a preguntarse a qué le va a apuntar su proyecto.

Según Camilo y el profesor Centeno, la idea es empezar a tocar puertas, a conocer nuevas organizaciones que los acerquen a las poblaciones que más se han visto afectadas con el conflicto armado en Colombia, con el fin de enseñarles que la vida es mucho más que balas, sangre y sufrimiento.

“Sabemos que las guerras dejan traumas, lesiones físicas y psicológicas y por eso nos gustaría trabajar con las víctimas para que mejoren su calidad de vida, para que aprendan a darse afecto y para que no vivan en el pasado. Para que pasen a lo que yo llamaría una ‘post’ vida”, expresa Camilo quien termina la jornada alentando a los participantes a que se den un fuerte aplauso.

 


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