Fecha de publicación: Vie, 10/04/2015 - 16:47

EDUCACIÓN PÚBLICA BOGOTÁ, EN LA CUMBRE DE LAS AMÉRICAS

Myriam Parada, servidora de la educación oficial de la capital y creadora de la iniciativa ‘Pazyarte’, contará en este encuentro de líderes mundiales los deseos de 15 estudiantes de primaria que, desde el teatro, hacen realidad un pacto de amor por la humanidad.

15 niñas y niños de la localidad de Bosa son los protagonistas de la transformación de un lugar inmerso en la guerra hacia un territorio de paz.

“En un pueblo muy lejano, donde había todas las posibilidades para que se viviera justicia e igualdad, de una casita muy pobre salió un niño con su pelota en la mano, en busca de sus amigos para invitarlos a jugar. Pateó su pelota y fue a dar muy lejos, fue en busca de ella, pero se encontró con algo que no conocía: una bomba”, cuenta la narradora en voz firme.

Así inicia la adaptación de ‘El niño y la bomba’, la obra que se ha convertido en carta de presentación de este grupo de teatro llamado ‘Pazyarte’, en el que Sebastián interpreta a ese pequeño que acaba de conocer la guerra.

“¿Guerra? ¡Horror!”, exclama cuando la bomba le dice que con su poder podría acabar con un pueblo entero.

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Para él, el teatro es una excusa y lo que importa es lo que hay detrás. “Queremos enseñarle a la gente sobre la paz, para cambiar sus pensamientos y lograr que puedan ponerse en el lugar de los otros”. Y ese es el mensaje que espera que llegue a los presidentes de los países del continente durante la VII Cumbre de las Américas, que inicia hoy en Ciudad de Panamá.

Esto va a ser posible gracias al empuje de una mujer comprometida con la construcción de un país y un mundo mejor: Myriam Parada, la secretaria del colegio El Motorista y funcionaria pública desde hace más de 30 años, quien decidió salir de su oficina para hacer realidad su sueño de educar para la paz.

No es maestra, ni artista. Pero enseña y transforma a través del arte. La paz no es parte de su oficio, sino que es una convicción de vida. Desde que era una niña, Myriam se interesó por las causas sociales y decidió trabajar por ellas, ahora desde el colegio en el que trabaja.

Su proyecto de Educación para la Paz y los Derechos Humanos nació como una idea pequeña, así como surgen las grandes transformaciones. Luego se convirtió en algo más grande, su propia fundación: la Escuela de Paz Colombia, y también, en una de las cerca de 3 mil iniciativas de transformación de realidades que la educación oficial de Bogotá apoya.

Hoy, más que nunca, hay muchas expectativas sobre las oportunidades para seguir creciendo. Myriam participará como representante de las organizaciones sociales en dos mesas de trabajo durante este foro que reúne a 35 delegaciones de países americanos, en donde contará sobre su proyecto de educación para la paz.

“Ya he compartido esta iniciativa con compañeros de Cuba, República Dominicana, Brasil, México y Chile, demostrando el liderazgo que adquieren niñas y niños como formadores de paz dentro de este semillero. La idea es continuar transmitiendo esta experiencia, para que un día se cumpla mi gran sueño, que es la escuela latinoamericana de la paz”, señala Myriam.

La paz que nace en un salón de clases

En el barrio El Motorista, donde nació el colegio que lleva su nombre hace más de tres décadas, tras la invasión de un grupo de familias a predios aledaños, se encuentra la sede de primaria que actualmente aloja este proyecto de educación para la paz.

Allí, entre las paredes blancas y gastadas de esta antigua edificación, resuenan las palabras respeto, tolerancia, convivencia, solidaridad, amor y paz, entre muchas otras.

Pero también se escucha sobre la guerra, el maltrato y el horror. Aunque son niños entre los 9 y 12 años, hablan con franqueza de situaciones difíciles que ha enfrentado la sociedad colombiana, porque, para Myriam, no hay mejor forma de prevenir la violencia que reconociendo que existe.

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“En los campos todavía hay guerra y también la hay en otros países. Allá, las bombas hacen ‘kabum’ para destruir a otros”, dice Johan, uno de los estudiantes. “Lo que pasa es que tienen que dejar de fabricarlas, porque lo único que hacen es daño”, asegura Sebastián.

A sus deseos se suma la voz de Dana Mahecha, quien, entre su inocencia y su profunda conciencia social, recuerda que a diario hay niños que viven y mueren entre las bombas. “Si se pusieran a pensar que con esa plata que utilizan para fabricarlas, que me imagino debe ser mucha, podrían construir hospitales, colegios y universidades, el mundo sería otro”, dice.

‘El niño y la bomba’ transforma la guerra y el miedo en paz y arte. Ese es el propósito y el deseo que tienen los integrantes de este grupo de teatro.

“Es una historia de la que hay mucho que aprender. El niño convence a la bomba de no explotar y, luego, utiliza los cables para poner luz en la plaza principal, los hospitales, las escuelas y las casas”, explica con emoción Johan Sebastián, asegurando que muchos mandatarios deberían ver su presentación para entender este mensaje.

A la Cumbre: por un pacto de amor

Mientras Sebastián camina junto a la bomba, todos sus compañeros que interpretan a los habitantes del pueblo lo miran temerosos y con recelo. Él les dice: “no se preocupen, porque hemos hecho un pacto de amor por la humanidad y todo va a cambiar”.

Con una expresiva sonrisa, Dana, que actúa como una de las ‘comadres’ del pueblo, exclama que ahora podrá volver a la escuela, pues no habrá más temor. Esa felicidad expresada en escena es la misma que siente los sábados en la mañana, cuando se alista para ir al colegio a participar en este proyecto, “a aprender qué es y cómo se logra la paz”.

Su entusiasmo es igual de grande al de su mamá, Sandra Buitrago, quien reitera que los niños son el futuro y este proyecto está transformándolos. “De la infancia, uno normalmente recuerda los conflictos que veía en su barrio o en la televisión. Pero aquí, a los niños se les está creando el fundamento para amar la paz y amar a los otros”, destaca.

Así, mientras Myriam se enfrenta a las discusiones que se llevan a cabo durante la Cumbre de las Américas, Dana y sus compañeritos piensan en lo que dirán allí, a kilómetros de distancia, sobre el trabajo de ‘Pazyarte’, con la esperanza de ser ellos quienes, en un futuro, también puedan viajar y enseñar a otros el poder de este pacto de amor.

“A los presidentes que tienen el poder de hacer la guerra, yo les digo que hablen con sus habitantes para traer la paz a todas las casas, porque la guerra es una decisión que no sirve para nada; mientras que la paz es vital. Es vida”, concluye Dana.


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