Fecha de publicación: Jue, 07/07/2016 - 12:07

UNA MAESTRA CONVIRTIÓ EN ARTISTAS CLOWN A LAS FAMILIAS DE PUENTE ARANDA

Padres con narices rojas. Vecinos que se descuelgan por telas y muestran sus mejores dotes de acróbatas. Estudiantes que aman la danza y el teatro. Así es la escuela de artes que impulsa la profe Iris Cervantes en el colegio Julio Garavito Armero: un ejemplo del impacto que tienen las escuelas para transformar el territorio.

Con la cara pintada de blanco, un overol azul y una escoba, un hombre espera sentado en el centro del escenario, ante las miradas expectantes de niñas y niños, estudiantes de primaria del colegio Julio Garavito Armero. Se trata de Pompilio, un soñador, un artista sin consumar que, por no perseguir sus metas, terminó convertido en barrendero.

Quien interpreta a este personaje es William García, un padre de familia que, a diferencia del barrendero, siguió sus sueños como artista y hoy sigue construyéndolos junto a su hijo Johan Felipe, en la Escuela de Formación en Artes de este colegio de la localidad de Puente Aranda.

Hace cuatro años, cuando Johan Felipe ingresó al colegio, William se llenó de entusiasmo al conocer la idea de la profe Iris Cervantes quien, recién llegada a la institución también, quería que estudiantes, padres, maestros y vecinos pudieran divertirse, expresarse y aprender artes en un proyecto que tuviera como centro la institución educativa.

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Convencidos de la necesaria dosis de locura y expresión que trae el arte a la vida del ser humano, William recuerda que con la profe soñaron con “hacer una escuelita, empezar a enseñar artes y descubrir los talentos”.

Parecía un experimento pequeño, pero cargado con el entusiasmo y la energía de Iris, que empezó a buscar y a formar talentos en baile, teatro, gimnasia, acrobacia y danza aérea, entre muchas otras formas de expresión artística.

La idea tuvo tal acogida, que hoy es un proyecto en el que participan más de 70 niños, jóvenes y adultos, entre estudiantes del colegio Julio Garavito Armero y de otras instituciones educativas de la localidad, maestros, madres y padres de familia, y vecinos del barrio Muzú.

Una escuela de artes que, además de formar grandes talentos, se convirtió en un laboratorio comunitario de ciudadanía, en el que todos los participantes aprenden respeto, tolerancia y comunicación asertiva, al mismo tiempo que estrechan los lazos con los habitantes de la localidad dieciséis de Bogotá.

Una escuela de puertas abiertas

La sede A del colegio Julio Garavito Armero es el epicentro de este colectivo artístico. Todos los sábados, desde muy temprano, abre sus puertas para que la magia empiece a surgir como resultado de un trabajo liderado por Iris, maestra de la educación pública que voluntariamente decidió dedicar sus fines de semana a sembrar el arte en el corazón de esta comunidad.

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“Todos los colegios deberían tener un espacio como este porque muchas veces las aulas nos cierran las oportunidades, no nos permiten crear ni explorar otros talentos”, resalta Brigithe Gambasica, estudiante del colegio Benjamín Herrera, ubicado en la misma localidad.

En eso coincide su compañero Andrey, de 15 años, quien cuenta las horas a la espera de que llegue el anhelado encuentro. Él es estudiante del colegio Andrés Bello y en esta iniciativa encontró un espacio para conocerse a sí mismo y explorar las habilidades que tiene sobre el escenario, con el baile y el teatro.

Aunque al iniciar no sabía mucho de arte, su progreso le ha permitido convertirse en tallerista de danza contemporánea, por lo que tiene a su cargo enseñar a otros estudiantes a bailar diversos ritmos, como break dance y música urbana.

Cada entrenamiento inicia con un calentamiento físico. Luego, el grupo se divide según la expresión artística a practicar, cada una a cargo de un talentoso estudiante o padre de familia, como en el caso de Andrey. El propósito es que los miembros de la escuela se consoliden como líderes y gestores culturales, capaces de lograr que el arte trascienda en diferentes escenarios de la ciudad.

Angie, por ejemplo, ya está convencida de que quiere ser bailarina profesional al terminar el colegio. “Cuando entré al proyecto tenía muchos problemas en mi familia. Aquí encontré una oportunidad para ser feliz y para ser mejor persona”, dice la joven de 16 años, ilusionada con dictar clases de danza en su propia academia y ser bailarina en el exterior en el futuro.

Como parte de una búsqueda individual y colectiva de talentos, la profe Iris y su compañía artística lanzaron, después de un año de trabajo, la obra de teatro ‘Epifanía’, con la que colonizaron otros escenarios locales y distritales. Ahora, estrenan ‘Barriendo mis sueños’, obra que conjuga el teatro clown con la danza, en la que el papá de Johan es protagonista.

Arte que teje comunidad

En los alrededores del colegio, los ecos de la música simbolizan el inicio de las presentaciones y entrenamientos de la Escuela de Formación en Artes. Muchos curiosos se van acercado a conocer el proyecto y a plantear las maneras en que pueden aportar como, por ejemplo, los comerciantes de telas de la zona.

Cuando la música suena, tres jóvenes descienden sobre telas desde la estructura de acero que se alcanza a vislumbrar a las afueras del colegio. Otros bailan siguiendo los acordes del tango. Todos están conectados con su rol en la presentación.

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Como explica William, este proyecto ha generado en la comunidad un interés y entusiasmo que no se había visto en el pasado. “Mi papá, mis tíos, mi abuelo y yo estudiamos en este colegio. Siempre hemos sido cercanos al barrio y nunca había existido algo como esto, que vinculara a estudiantes, padres, profesores y vecinos”, asegura el padre de familia.

Su efecto para estrechar las relaciones llega también a todas las familias, según dice Yeimy Nemocón, mamá de tres pequeños artistas. “Como hermanos, este proyecto los une a través del arte, practican juntos las danzas y les encanta hacer acrobacias en telas”, asegura con orgullo.

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También es el caso de Diana, la mamá de Paula, que es la artista más joven de esta compañía. Desde hace tres meses y sin tener mucha experiencia decidió unirse a la escuela. “Soy estudiante de medicina y lo que aprendemos me ayuda a expresarme mejor. Estoy completamente comprometida, porque es un espacio para mejorar mi relación con mi hija y con sus compañeros”, dice.

Iris, la profe que soñaba apenas con conformar un grupo artístico, no puede ocultar el orgullo que le produce haber construido este colectivo de grandes impactos. Ese que le permitió cumplir su sueño aplazado como docente de artes, vincular a su familia –sus tres hijos también participan–, a los estudiantes, los padres y la comunidad de Puente Aranda, en la que además de trabajar, vive.

“Es muy emocionante que todos han asumido esta escuela como parte del barrio. Pero, además, están las transformaciones en los estudiantes del Julio Garavito y de otros colegios, quienes son mejores seres humanos: líderes, responsables, comprometidos y con valores. Todo esto gracias a llenar nuestras vidas de arte”, concluye la maestra.

Porque una ciudad educadora es una Bogotá mejor para todos.


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