Fecha de publicación: Vie, 30/12/2016 - 10:58

LA MOSCA QUE ENAMORÓ A LOS ESTUDIANTES DE LA CLASE DE CIENCIAS

Dos maestros de ciencias naturales convirtieron sus clases en un laboratorio de experiencias significativas. Todo un éxito pedagógico que tiene a la mosca de la fruta como objeto de estudio y que, entre otros grandes logros, ha ayudado a disminuir la reprobación escolar en dos colegios públicos de la capital.

Buscando una forma de disminuir los índices de estudiantes que perdían la materia y explorando nuevas prácticas que les permitieran ‘revitalizar’ su labor docente, los profesores Gerardo Díaz del colegio Ciudad de Bogotá (Tunjuelito) y Jhon Martínez del Liceo Femenino Mercedes Nariño (Rafael Uribe Uribe),

En medio de una conversación informal, estos maestros, estudiantes de la Maestría en Docencia de las Ciencias Naturales de la Universidad Pedagógica, detectaron ciertos errores comunes entre estudiantes y docentes a la hora de explicar de forma discursiva conceptos básicos de ciencia y biología.

Así, decidieron darle un giro de 180 grados a sus clases de ciencias naturales y las convirtieron en un laboratorio de experiencias significativas donde los chicos juegan, y exploran la ciencia a través del discurso y la interacción.

“Nos dimos cuenta de varios fenómenos de aula. Como, por ejemplo, que lo que conversan los alumnos entre ellos y con el docente no es tenido en cuenta por el maestro. No hay un análisis del discurso de los muchachos y por eso se presentan confusiones y errores que, básicamente, vienen de una enseñanza inadecuada”, señala Jhon Martínez, uno de los creadores del proyecto.

Así nació el proyecto ‘Análisis de las concepciones en el discurso de los alumnos sobre desarrollo y crecimiento a partir de la experiencia con Drosophila Melanogaster’, una iniciativa que busca transformar las dinámicas de la enseñanza de las ciencias naturales y hacer que los jóvenes, sus concepciones y observaciones, sean los protagonistas en el proceso de construcción del conocimiento científico.

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La Drosophila Melanogaster, conocida comúnmente como la mosca de la fruta, es la responsable de que estos alumnos se convirtieran en científicos que se plantean sus propias teorías y las resuelven a partir de la observación y el análisis científico.

El fenómeno seleccionado por estos maestros para que los estudiantes abordaran de una manera exploratoria, propositiva y experiencial, fue el ciclo de vida de la mosca de la fruta.

“Haciendo el diagnóstico de nuestro proyecto notamos que los chicos, y hasta los mismos maestros, tenemos concepciones erróneas sobre conceptos básicos que vienen de las caricaturas, de los medios de comunicación que tergiversan las cosas. Nos encontramos, por ejemplo, que muchos estudiantes de ahora utilizan conceptos como la ‘generación espontánea’, concepto que se rebatió hace más de 400 años en la academia, pero que por errores sucesivos se sigue difundiendo”, comenta el profe Gerardo Díaz, responsable de que la clase de biología del colegio Ciudad de Bogotá no sea ‘el coco’ de los estudiantes.

Esta experiencia de enseñanza alternativa de las ciencias naturales a partir de la observación y el análisis científico del ciclo de vida la mosca de la fruta, fue galardonada en los premios a la Investigación e Innovación Educativa y Pedagógica – Idep - 2015en la modalidad, en la categoría de investigación.

¿De dónde surge la vida?

Uno de los aspectos más significativos de la experiencia de aula de los profesores Díaz y Martínez es la relación con los estudiantes y la relevancia que se le da en todo el proceso de aprendizaje al discurso y las impresiones personales de los alumnosdurante la experiencia.

Así, en vez de sentarse a pasar las hojas del libro de biología, los estudiantes van al laboratorio a experimentar con todos sus sentidos lo que ven en las fichas de las guías. Del pedazo de guayaba que dejaron hace unos días, ven con sus propios ojos cómo los microorganismos empiezan a nacer de la fruta y lanzan hipótesis con sus compañeros para tratar de explicarlo.

  • ¿Qué le pasó a la guayaba que dejamos ahí?, pregunta el profe Gerardo a sus estudiantes.

  • Le salieron gusanos, se adelanta a decir uno de ellos.

  • ¿Y cómo sucedió esto?, pregunta de vuelta el docente.

  • Los trajo la cigüeña de los gusanos, responde el adolescente divertido.

En esta clase de ciencias una situación cotidiana, un fenómeno de la naturaleza común se convierte en excusa para poner a los estudiantes a pensar, a discutir, a intercambiar opiniones.

Para el profe Jhon, cualquier hecho cotidiano tiene la capacidad de convertirse en un problema de estudio de la ciencia. “Con la experimentación, ellos mismos se dan cuenta de los mecanismos y lo asocian con cosas que han visto antes en su vida cotidiana. Ver los gusanos salir en la guayaba es una invitación para ponerlos a comparar, inferir, a hacer analogías. Uno lo relaciona con el ciclo de vida de la mariposa que vio en primaria, otro con la costra que le salió en una herida que se hizo en la pierna jugando fútbol y todo eso es un insumo muy valioso porque les permite hacer asociaciones, comparaciones, interconexiones con otras áreas”, dice.

Para estudiantes como Luisa Alvarado, ver moscas crecer de un pedazo de fruta podrida es mucho más enriquecedor que pasar las hojas de un libro. Ella, al igual que todos los alumnos de esta generación, prefiere tocar, coger, cambiar y experimentar antes que simplemente contemplar.

“Yo veía a la guayaba como una fruta para hacer jugo, ahora me doy cuenta de que ese pedazo puede ser un mundo donde se desarrolla la vida y nacen seres que crecen. Eso es lo que me llama la atención de esta clase, que, en vez de mirarlo en el libro, lo hacemos”, explica.

Gabriel Barbosa, por su parte, asegura que es más interesante cuando puede ver las cosas “así físicamente, en vivo y en directo”. Y agrega que “sentado en el salón uno se aburre a los cinco minutos, en cambio en el laboratorio uno puede manipular las moscas, verlas en el microscopio para ver cómo son internamente y así. El profe siempre se inventa dinámicas y actividades, es más como un juego”.

La innovación pedagógica para combatir el desinterés

“Si usted quiere que un estudiante deje de molestar en la clase… póngalo a hacer algo. Funciona, se lo juro. Está científicamente comprobado”, dice el profe Gerardo para quien la enseñanza y el aprendizaje han cambiado significativamente en los últimos tiempos y es un “deber” de los maestros buscar formas de enriquecer la experiencia de aulapara hacerla diferente y atractiva para los jóvenes. Y más aún en el caso de ciencias naturales que ha sido una materia que nunca ha gozado de popularidad entre el estudiantado.

“Lo que buscamos con estas iniciativas es cambiar el libro de texto por la experiencia y la observación. Que nuestros estudiantes al ver algo en el microscopio tracen una ruta del origen y lo relacionen con otras cosas que han visto en su vida, y que el aprendizaje se enriquezca de varias fuentes, es algo que de verdad lo transforma la experiencia y se traduce en buenos resultados”, dice el profe Jhon.

La lúdica, la exploración y las nuevas tecnologías son, para maestros como estos, herramientas sumamente útiles a la hora de ayudarlos en la difícil tarea de despertar el interés por la ciencia y el gusto por el conocimiento en los estudiantes modernos.

“Es un hecho científico que estos muchachos se cansaron de la ‘copiadera’. Ellos dicen yo hago, yo miro, yo pienso. Ellos mismos construyen y deconstruyen las explicaciones científicas cuando utilizamos problemas cotidianos para hacer ciencia. Yo soy muy amigo de las nuevas tecnologías porque a los jóvenes les encantan. Como el celular, por ejemplo, yo no prohíbo el aparato en mi clase, en vez de eso invito a los muchachos a que lo usen para hacer consultas, para crear videos del experimento, es mucho lo que se puede hacer”, resalta el profe Díaz.

“Antes los maestros hacíamos las guías fotocopiando libros y pegando. Ahora tenemos la oportunidad de producir cosas, hacer videos y montarlos a YouTube, diseñar gráficas explicativas, hacer infografías, cualquier cosa. Eso, además de enriquecer el proceso, llama de sobre manera la atención de los muchachos”, concluye.

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Como buenos científicos que son, para estos dos maestros el éxito de su iniciativa se mide en cifras positivas en el rendimiento de sus estudiantes. “Desde que empezamos el proyecto, los índices de alumnos que perdían la materia se redujeron del 25 % al 5 %. Es un hecho que este abordaje didáctico y exploratorio cambia la manera en que los estudiantes perciben la materia y mejora la calidad de lo que aprenden”, dice con seguridad el profe Jhon.

De esta forma, con la ayuda de una pequeña mosca, estos docentes transformaron su experiencia de aula y lograron que los jóvenes se interesaran más en la ciencia, y extendieron a sus colegas una amable invitación para ‘revitalizar’ sus métodos de enseñanza y sus estrategias para llegarle a la mente y, sobre todo, al corazón de los jóvenes.

Porque una ciudad educadora es una Bogotá mejor para todos.


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