Fecha de publicación: Vie, 17/05/2019 - 14:48

La vida no es queja, hay que pensar ¿qué vamos a hacer?

¡Magaly, Magaly! Es el nombre que se escucha en coro desde un patio del colegio. Son niños de grado primero que llaman emocionados a esta profe cuando la ven pasar. Ella es Magaly Niño; ¿y el colegio?, La Felicidad, en Fontibón. Entre todos los llamados, también suena por ahí un ¡teacher!, porque el colegio es bilingüe.

Magaly es docente desde hace más de 20 años, egresada de la Universidad Pedagógica Nacional, del Programa de Educación Preescolar. Es una mujer simpática que parece gritar a los cuatro vientos el orgullo que siente por el trabajo docente, en buena medida, heredado de su mamá.

“De sus cuatro hijos, tres somos docentes. Mi mamá fue docente toda su vida. Enseñaba artes, hoy es pensionada. Es una mujer crítica que participaba siempre en las movilizaciones, en los encuentros docentes. Ella me enseñó la clave de mi trabajo: ‘escúchalos, reconócelos, es que este no es un trabajo como cualquiera’, me decía. Por eso siempre me la juego por la educación pública de calidad”, cuenta esta expresiva maestra.

“De tal palo, tal astilla. Por mi mamá soy lo que soy. Ella es mi modelo, una figura muy importante para mí. Mi ejemplo como persona, como profesional y como mujer”, comenta.

La profe de las maticas

Magaly es conocida en el Distrito por dos proyectos: Aulas Vivas, un proyecto medioambiental que pretende aportar a la solución del problema de contaminación del aire de Bogotá, vinculando a sus estudiantes en el cultivo y cuidado de plantas que prometen reforestar el perímetro del colegio; y el proyecto Exploradores de Mundos, cuya estrategia es reconocer la voz de los niños en un aula de participación democrática en la que sus ideas, gustos e intereses son la base del trabajo pedagógico.

Ambos proyectos tienen el mismo denominador: escuchar a los niños, vincularlos con el quehacer, permitirles que hagan y aprendan jugando. “El secreto es descubrir quiénes son ellos, quién es cada uno. Hay que entender cómo piensan, qué les gusta, qué actividades funcionan mejor. Es un trabajo juicioso de observación; uno no supone nada, sino que observa y describe situaciones”.

Esta profesora trigueña, siempre sonriente, que no para de mover las manos, de gesticular y reforzar su discurso verbal, no esconde la emoción que siente cuando habla de sus estudiantes: “En mi clase, los niños no se agreden, porque participan en la construcción de acuerdos. El grupo ayuda y moviliza. Encontramos reglas para que todos puedan estar. Cómo será que mis colegas me hacen bromas: ¿y qué aromática les diste? En realidad, mi curso es muy tranquilo”.

Su historia como educadora comenzó en un colegio privado, pequeño: “¡Allá los niños salían de Transición leyendo y escribiendo!” Lo dice pensativa, parece un recuerdo agridulce. “Mi primer trabajo fue complejo. Entendía la importancia del juego para los niños y llegué a un colegio que pedía que salieran leyendo y escribiendo de Transición. Me tocó hacer pequeñas modificaciones y, al principio, hubo mucha resistencia por parte de la dueña del colegio. Entonces me presenté al Distrito, porque lo que yo pensaba que debía ser la educación inicial no cabía allá”.

El colegio no es un parqueadero

De pronto, a Magaly le cambia la mirada. Su rostro se ilumina al contar que se estrenó en el Distrito en un colegio de Bosa sin una infraestructura adecuada, con un mobiliario modesto y escasez de insumos. Una realidad muy diferente a lo que se imaginó en la universidad.

“Allá no teníamos nada. Los salones eran terribles, el barro, el polvo… Todo era muy difícil. Creo que encontrarme con otros maestros en todo este proceso fue fundamental. Gente joven, gente mayor, viejitos, de los que he aprendido cosas valiosísimas. Pese al barrizal, los niños eran felices de tener colegio, un lugar dónde poder encontrarse. Recuerdo mucho esa fascinación de los niños por su primer colegio y, luego, por verlo crecer”, cuenta.

Esta educadora que siempre ha estado interesada en la observación para mejorar su ejercicio profesional destaca la necesidad de esta práctica como factor para potenciar las habilidades de los niños.

“En el salón de clase, si son 25, cada uno tiene un ritmo diferente y es un mundo diferente. Lo que hace uno como profesor es observar y llevar el registro de cada uno: de los aspectos que funcionan muy bien y de lo que hay que mejorar. Se necesita un trabajo juicioso de observación. O sea que no se supone nada, sino que se describen situaciones. Uno tiene que cambiar la idea de que el colegio es un parqueadero. Acá el colegio lo que hace es recibir a los niños y potenciar muchas cosas. Hay que centrarse en lo que les permite ser seguros y desarrollar sus habilidades de pensamiento. Cuando uno los reconoce, ellos se sienten escuchados, participan y son muy creativos”, señala.

Para ella, en la educación no todo se hace en el colegio. El vínculo con las familias es determinante. Se trata de un trabajo de equipo, de corresponsabilidad: “El discurso pedagógico también está presente en la entrega de notas. Uno convoca, cuenta las actividades y fortalece el vínculo familia-colegio para que la relación sea diferente al crear puentes con los papás. En mi trabajo en el Distrito, eso es fundamental. Si queremos que un niño mejore, hay que acercar a los papás al colegio”.

La profe Magaly junto a sus estudiantes

Magaly respira educación. Está casada con un educador, tiene una hija adolescente y, permanentemente, está reflexionando sobre su profesión. Pero tal vez el mayor reto es sumar la experiencia que sus compañeros y ella construyen día a día.

“Cuando tienes una formación y un discurso pedagógico, y movilizas cosas, entonces los colegas te ven diferente. Por ejemplo, aunque no soy de Ciencias, lidero el proyecto Aulas Vivas. Pero mira, antes, los profes de Ciencias Exactas eran los inteligentes y los de Ciencias Humanas eran los intelectuales. En este colegio es diferente. Cada uno aporta desde su saber a la construcción de colegio. Uno tiene que tener un discurso pedagógico formado para interactuar con estos profes. Saber de tu trabajo, hablar desde la teoría, pero también desde la experiencia. Así uno se sienta con el profe de Tecnología y puede hablar con él sobre asuntos que tienen que ver con educación inicial. Por eso acá no hay áreas más importantes que otras”.

Evidentemente, la profe Magaly siempre está pensando en nuevos proyectos y acciones que mejoren el quehacer de los maestros, aprovechando cada aprendizaje. “Uno no se puede guardar todo lo que ha aprendido, hay que compartir ese saber con otros docentes. En el futuro, me imagino trabajando con más profes en temas de educación inicial y consolidando una red con ellos. Me gustaría trabajar con más profes en proyectos conjuntos, ver qué ocurre en las aulas y reflexionar sobre lo que hemos construido”.

Aprender a resolver problemas concretos, no solo tablero

El proyecto Aulas Vivas, que le ha brindado reconocimiento y la posibilidad de vincular otros actores locales al esfuerzo de brindar soluciones a la problemática medioambiental, no es solo el aporte a una de las soluciones, sino que está concebido desde una lógica pedagógica. Todos siembran, cultivan lombrices, abonan y cuidan las plantas. Los niños trabajan como si se tratara de expertos campesinos y, lo más importante, se divierten aprendiendo.

“Los proyectos son la oportunidad de hacer cosas y de pensar qué sentido tienen  y por qué son importantes las actividades que proponen. Un proyecto aporta a la formación de respeto y cuidado que, en este caso, los niños logran en su contacto con las plantas. Entonces, no son actividades sueltas, tienen un propósito formativo”.

Las prácticas educativas de este proyecto son situaciones reales, no solo situaciones de tablero,  que enseñan a enfrentar y resolver problemas, por ejemplo, cuando hay plaga de caracoles, hay que buscar soluciones. Además, el proyecto responde a una problemática ambiental específica que requiere aumentar la producción de oxígeno en el sector. “Estos niños se enferman, como yo, que estoy enferma de las vías respiratorias. Frente a eso, hay que hacer algo, movilizar, convocar. Y ellos saben que esas plantas son importantes para que su cuerpo pueda respirar mejor, lo que se conecta con la vida real, con nuestra problemática socioambiental”.

La mirada de Magaly frente a la educación es integral, por esto, reconoce el valor de las nuevas edificaciones, como la del colegio La Felicidad, que fue entregada por la Alcaldía hace casi dos años. Es un colegio moderno, con espacios diseñados para la educación, con tecnología y seguridad. Aulas con áreas de extensión, ludoteca, laboratorios, aulas de informática y auditorio, entre otros.

“Creo que estos espacios dignifican la labor del profe y el derecho a la educación de los niños, porque hay condiciones que permiten que estén seguros, tranquilos, que se muevan sin riesgos, que puedan explorar, que puedan jugar en diferentes escenarios y adueñarse de ellos. Mejorar las condiciones de los colegios debe ser una constante que debe ir unida a una propuesta pedagógica, a un proyecto educativo institucional que llene de sentido esos espacios”, asegura.

En unos años, sembraré árboles que salen de mis canasticas

El discurso de la profe Magaly es un permanente concierto de sentimientos y emociones. En ella, como es de esperarse, sobresale un tono de satisfacción cuando habla de su labor: “Este trabajo consiste en construir país. Yo siento dolor por todo lo que ocurre en nuestra sociedad. Y digo, bueno, yo contribuyo con mi trabajo. Lo educativo tiene un poder transformador. Esa es mi alternativa, es la forma de ir paso a paso generando pequeños cambios. En unos años, sembraré árboles que salen de mis canasticas, pero tengo claro que hay caminos y que es una postura distinta a la indiferencia. La vida no es queja, siempre hay que pensar: ¿qué vamos a hacer?”

Seguimos caminando por los amplios espacios del colegio y volvemos a escuchar los llamados de quienes han sido y son sus estudiantes, así que es inevitable preguntar qué se siente: “Uno siente que, frente al reconocimiento que le falta al docente a nivel país, el reconocimiento de tus estudiantes, de tus papás, de tus colegas es importante. Que uno encuentre un estudiante después de tantos años y te recuerde con afecto y emoción es muy gratificante.

Significa que algo impactó esas vidas, que algo se está haciendo bien”. Y seguramente es así, los rostros felices de los niños que juegan, y la sonrisa de sus alumnos al verla en el patio del colegio La Felicidad, son una bonita e inconfundible prueba de ello.


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